Bolsonaro: tres hipótesis y una sospecha

La sorprendente performance electoral de Jair Mesías Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil suscita numerosas interrogantes. Sorprende la meteórica evolución de su intención de voto hasta llegar a arañar la mayoría absoluta.

Jair Bolsonaro lidera los sondeos para la segunda vuelta presidencial con el 58 %. Foto: El Comercio


La sorprendente performance electoral de Jair Mesías Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil suscita numerosas interrogantes. Sorprende la meteórica evolución de su intención de voto hasta llegar a arañar la mayoría absoluta.

Veamos: en los últimos dos años su intención de voto fluctuó alrededor del 15 %, pese a que está próximo a cumplir 28 años consecutivos como diputado federal (y con solo tres proyectos de ley presentados a lo largo de estos años). Ergo, no es un «outsider» y mucho menos la personificación de la «nueva política».

A comienzos de julio su intención de voto era del 17 %: el 22 de agosto, Datafolha marcaba un 22 %. El 6 de septiembre sufre el atentado y pocos días después las preferencias crecieron hasta alcanzar un 24 y un par de semanas después subía al 26 %.

Pero a escasos días de las elecciones su intención de voto trepó al 41 % y en las elecciones obtuvo el 46 % de los votos válidos. En resumen: en un mes prácticamente duplicó su caudal electoral. ¿Cómo explicar este irresistible ascenso de un personaje que durante casi 30 años jamás había salido de los sótanos de la política brasileña? A continuación ofreceré tres claves interpretativas.


I
Primero, Bolsonaro tuvo éxito en aparecer como el hombre que puede restaurar el orden en un país que, según pregonan los voceros del establishment, fue desquiciado por la corrupción y la demagogia instaurada por los gobiernos del pt (...). El escándalo del Lava Jato y el desastroso gobierno de Michel Temer acentuaron los rasgos más negativos de esta situación.

En un país donde el orden es un valor supremo –recordar que la frase estampada en la bandera de Brasil es «Orden y Progreso»–, el «desorden» producido por la irrupción de las «turbas plebeyas» desata en las clases dominantes y las capas medias subordinadas a su hegemonía una incandescente mezcla de pánico y odio, suficiente como para volcarlas en apoyo de quienquiera que sea percibido con capacidad para restaurar el orden subvertido.

Nadie mejor que el inescrupuloso y transgresor Bolsonaro, capaz de infringir todas las normas de la «corrección política» para realizar esta tarea de limpieza.

En resumidas cuentas, es la reencarnación de la dictadura militar de 1964, pero catapultada al gobierno no por la prepotencia de las armas, sino por la voluntad de una población envenenada por los grandes medios de comunicación y que, hasta ahora, a días de la segunda vuelta, parece decidida a votar por sus verdugos.

Ahora bien: ¿por qué la burguesía brasileña se inclinó a favor de Bolsonaro? Las clases dominantes brasileñas otorgan de súbito su apoyo, enfurecidas y espantadas por el debilitamiento de una secular jerarquía social anclada en los legados de la esclavitud y la colonia, a un sicópata impresentable como Bolsonaro.

Y es que, como lo observara Antonio Gramsci en un célebre pasaje de sus Cuadernos, en situaciones de «crisis orgánica», cuando se produce una ruptura en la articulación existente entre las clases dominantes y sus representantes políticos e intelectuales, la burguesía y sus clases aliadas suelen desembarazarse de sus voceros y operadores tradicionales y corren en busca de una figura providencial que les permita sortear los desafíos del momento.

Pero por el momento, lo importante para las clases dominantes brasileñas: subrayamos, lo único importante, es acabar definitivamente con el legado de los gobiernos del PT y sus aliados. Conocido el derrumbe de sus candidatos en las encuestas pre-electorales, necesitaban tiempo para pergeñar una nueva fórmula política. Una eventual victoria de Bolsonaro se lo proporcionaría, y hacia él volcaron todo su apoyo en las últimas semanas de la campaña.


II
Segundo, Bolsonaro fue favorecido por el cambio en la cultura política de las clases y capas populares que las tornó receptivas a un discurso que apenas unos años antes hubiera sido motivo de burlas, desoído o repudiado en las barriadas populares de Brasil, para ni hablar en los ambientes de las capas medias más educadas.

La crisis económica y social y la ruptura de los lazos de integración comunitaria en las favelas, potenciadas por la falta de educación política de las masas, junto a la gravísima crisis institucional y política del país, prepararon el terreno para un cambio de mentalidad en donde el llamamiento al orden y la apelación a la «mano dura» afloraron como propuestas sensatas y razonables para enfrentar una situación muy crítica.

¿Es este un rasgo exclusivo de Brasil? No. Todos los gobiernos latinoamericanos del ciclo político iniciado a fines del siglo pasado con el ascenso de Hugo Chávez, cayeron en el error de creer que sacar de la pobreza a millones de familias las convertiría inexorablemente en portadoras de una nueva cultura solidaria, comunitaria, inmunizada ante el espejismo del consumismo, y por lo tanto propensa a respaldar los proyectos reformistas. Sin embargo, como en Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, en Brasil también una buena parte de los beneficiarios de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT fue captada por el discurso del orden de la burguesía, y pregonado de modo abrumador por la prensa hegemónica con el auxilio de las iglesias evangélicas.

Estas hicieron lo que el PT y la izquierda no supo o no quiso hacer: organizar y concientizar, en clave reaccionaria, a las comunidades más vulnerables rescatadas de la pobreza extrema por los gobiernos de Lula y Dilma.

La «piadosa» imagen de Bolsonaro sumergido en las aguas del río fue masivamente difundida a través de los medios y lo rodeó con el aura que necesitaba para aparecer como el Mesías que llegaba para poner fin al desquicio moral, social y político producido por Lula y sus seguidores.


III
Una tercera línea de interpretación dice en relación con el eficaz –y por supuesto, nefasto– papel de los medios hegemónicos en el linchamiento mediático de Lula y todo lo que este representa. En este sentido el papel de la Cadena O Globo y, en menor medida, el de Record TV, ha sido de capital importancia, pero no le van en zaga la prensa gráfica y por supuesto una muy aceitada utilización masiva de las redes sociales activadas por un enorme ejército de militantes y trolls.

Toda esta artillería mediática ha venido desde hace años descargando un torrente de informaciones difamatorias y fake news, que a lo largo del tiempo fueron erosionando la valoración de las políticas de inclusión social del PT y la credibilidad y honorabilidad de sus principales dirigentes, comenzando por Lula.

El efecto combinado de una justicia corrupta y unos medios cuya misión hace rato dejó de ser otra cosa que manipular y «formatear» la conciencia del gran público, aseguró ese resultado.

La complicidad de la justicia electoral en un proceso que tiene grandes chances de desembocar en el derrumbe de la democracia brasileña y la instauración de un nuevo tipo de dictadura militar es tan inmensa como inocultable. En términos prácticos la justicia fue un operador más de Bolsonaro, y los pedidos o reclamos de su comité de campaña apenas tardaban horas para convertirse en aberrantes decisiones judiciales. Por eso la justicia, los medios y los legisladores corruptos que avalaron todo este fraudulento proceso son los verdugos que están a punto de destruir a la frágil democracia brasileña.

Va de suyo que este perverso tridente reaccionario y bastión antidemocrático es convenientemente entrenado y promovido por Estados Unidos a través de numerosos programas de «buenas prácticas», donde se les enseña a jueces, fiscales, legisladores y periodistas de la región a desempeñar sus funciones de manera «apropiada».

Si antes, durante décadas se entrenó a los militares latinoamericanos para torturar, matar y desaparecer ciudadanas y ciudadanos sospechados de ser un peligro para el mantenimiento del orden social vigente, hoy se entrena a jueces, fiscales y «paraperiodistas» para mentir, ocultar, difamar y destruir a quienes no se plieguen a los mandatos del imperio.


IV
Toda la institucionalidad del estado burgués, así como las clases dominantes y sus representantes políticos y su emporio mediático se prestan para concretar esta gigantesca estafa al pueblo brasileño. Y en este sentido no podríamos dejar de proponer como hipótesis adicional que tal vez el avasallante éxito electoral de un farsante como Bolsonaro pueda responder, al menos en parte, a un sofisticado fraude electrónico que pudo haberle agregado un 4 o 5 % más de votos a los que legítimamente había obtenido. No estamos diciendo aquí que ganó gracias a un fraude electrónico, sino que sería imprudente y temerario descartar esa posibilidad. Sobre todo cuando se sabe que, a diferencia del venezolano, el sistema electoral brasileño no emite un comprobante en soporte de papel, del voto emitido en la urna electrónica, lo cual facilita enormemente la posibilidad de manipular los resultados. Es sorprendente que esto no haya sido considerado por los sectores democráticos en Brasil, habida cuenta de la existencia de varios antecedentes en América Latina y en otras partes del mundo en donde la voluntad popular fue desvirtuada por el voto electrónico. ¿Por qué no pensar que la pasmosa performance electoral de Bolsonaro podría haber sido potenciada –si bien solo en parte, insistimos– por el hackeo de la informática electoral?


*Fragmentos del artículo publicado por el reconocido analista argentino en su blog Atilio Boron.



Tomado de Granma

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