25 octubre 2018

«Ustedes y nosotros»: crónicas de libertad

Participantes en las acciones y campesinos que colaboraron con la columna rebelde comandada por el Che evocan la liberación de Güinía de Miranda por tropas.


Güinía de Miranda y su gente rural sienten orgullo de las banderas, símbolos de libertad. (Foto: SMB)


Al pie de la sierra del Escambray, allí, donde todo camino va cuesta arriba y lo verde y montañoso custodian las conquistas, allí está Güinía de Miranda. Suertudo pueblito rural, vía indispensable para Fomento y Santa Clara, enclave idóneo para izar banderas, primer triunfo resonante del Che Guevara y su columna invasora hace 60 años durante la campaña de Las Villas.

«Liberar el poblado era un sueño viejo», cuenta Orlando Hernández Pérez, combatiente perteneciente al Directorio Revolucionario 13 de Marzo, que actuaba en la zona bajo el mando de Faure Chomón.

«El 13 de agosto de 1958 un grupo de 26 revolucionarios bajamos a intentar liberar Güinía, nos fue imposible porque un traidor disparó y alertó a los guardias, privilegiados por la defensiva posición del cuartel en una elevación; tuvimos un herido y se ordenó la retirada», cuenta el ya longevo revolucionario.

Mas, ese fracaso no desalentó nunca ni a quienes tomaron la Sierra por hogar, ni a quienes desde la clandestinidad se jugaban el todo por el todo en pos de una patria libre.

Anolan Turiño Ortega con apenas 18 años se integró a la célula clandestina de Güinía de Miranda. La familia Turiño brindó el hogar y sus escasos recursos al servicio de los rebeldes. (Foto: SMB)

Así lo asegura Anolan Turiño Ortega, aquella jovencita que un año antes del triunfo definitivo, matriculó en la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara y de inmediato integró la Asociación de Alumnos Revolucionarios que protagonizó icónicas huelgas estudiantiles.

«Mi familia integraba la célula clandestina de Güinía, apoyábamos a todos los compañeros que luchaban por derrocar la dictadura, sin importar bajo qué organización se aglutinaran. Preparábamos donaciones de ropas, zapatos, armas, alimentos, dinero. Enviábamos y recibíamos cartas, de y para los rebeldes. Aquel 26 de octubre contribuimos a la disciplina, se apoyó a los heridos y se le dio una alerta temprana a la población adepta a nuestra causa.

«Liberado el pueblo, estas cuatro paredes de las que hoy hablamos, fueron utilizadas como Comandancia Rebelde por Faure Chomón, mientras que en la casa de Jesús Marrero se instaló una planta de radio que transmitía en la voz del combatiente Héctor Salinas Madrigal y algunos de nosotros. Con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan los tiranos, expresábamos con fuerza en cada emisión al éter», recuerda Anolan, una mujer corajuda. 
Tiempos de coalición 

«Del Che hay que hablar con respeto y admiración, como el Che va a demorar años y siglos en surgir hombres, él nos guió en tiempos de liberación. Si no llega a venir, no se sabe qué destino hubiéramos tomado. Tuvo la virtud de lograr la unión de las fuerzas revolucionarias para el bien de esta Isla», asegura José Pascual González Llorens, quien, a pesar de sus 80 años, recuerda perfectamente aquellos días de pugna y reconciliación.

«El Che tuvo la virtud de lograr la unión de las fuerzas revolucionarias para el bien de esta Isla», asegura José Pascual González Llorens. (Foto: SMB)

Tanto él como su padre, Emeterio González, fueron fundadores de la célula revolucionaria en Güinía de Miranda, dirigida por Humberto Peralta, el médico de la zona. «Mi familia tuvo el honor de brindar a la columna invasora de Guevara una casa humilde, pero patriótica en Las Piñas, para establecer un campamento transitorio», evoca.

«La casa era grande, tenía cuatro habitaciones, donde cerca de 80 rebeldes encontraron refugio y descanso momentáneo. Estaban prácticamente hacinados, pero se apoyaban unos a los otros y tenían una organización rigurosa y un comportamiento impecable».

En tiempos de guerra, necesidad, ametrallamiento, las balas y las penurias no fueron lo que más impresionó a Llorens, sino la moral y la conducta de aquellos barbudos.

«Estaban muertos de hambre, pero el respeto era mayor que su vacío de estómago. El Che le pidió a mi padre que le vendiera una res para hacer comida para la columna invasora y los hombres de Víctor Bordón. “Yo no vendo ganado –dijo mi papá–, y mucho menos para la Revolución, lo que tenemos los González nos pertenece a todos” y le facilitamos la carne, viandas y el poco de café que teníamos. Éramos pobres, muy humildes, pero dignos y comprometidos.

«En el patio de la casa teníamos una mata de mandarinas, pero los revolucionarios no tocaron ni una. Mi padre les dijo que podían cogerlas, pero ninguno movió un dedo: “si el Comandante nos ve…”, dijeron, y prefirieron seguir con sed que buscarse una reprimenda del Che, lo respetaban mucho. Mi padre me mandó entonces a tumbarlas, dárselas y a estar atento para explicarle al guerrillero si les decía algo al respecto a sus hombres», rememora mientras su mirada parece escudriñar el monte. 
Venerable bazucazo

La unidad debía lograrse a cualquier costo; las fuerzas, a pesar de luchar por un objetivo común, disgregadas nunca lograrían el éxito. Guevara, el estratega, lo sabía y encomendó a Faure Chomón que le enviara dos hombres versados en el dominio de la zona para servir de guías en el arribo a Güinía.

Cinco hombres del poblado rural nutrían las tropas armadas del Directorio: Filiberto Rivero, Carmelo Sarmiento, Pedro Cruz Moya, Orlando Hernández y Ramón Fonseca. Estos tres últimos acompañaron al Che.

«El bazuquero Antonio García disparó desde donde está hoy el hospitalito y erró el tiro, el Che le quitó la bazuca y, a riesgo de su propia vida, se acercó más y disparó el tiro de gracia que partió al medio al cuartel, donde la mayoría de los hombres se entregaron y otros se dieron a la fuga», evoca Orlando Hernández Pérez.

«El combate se extendió desde las diez de la noche hasta más o menos las cuatro de la mañana, el pueblo entero estaba en vilo, los integrantes de las células clandestinas, prestos a ayudar», añade.

«Fue muy costoso, tuvimos una victoria en lo político, no en lo militar, porque fueron muchos los gastos, se perdieron dos combatientes, Alberto Cabrales y Carlos Amengual, y algunos resultaron heridos, dijo Guevara aquel día», relata Llorens.

Cuentan que finalizada la ofensiva, quien dirigía a los soldados de la dictadura se negó a abandonar su puesto, pues tenía compañeros baleados. «Fue el Che quien les brindó los primeros auxilios a sus propios enemigos, él y el galeno Peralta, quien apoyó en la cura de heridos y brindó las medicinas que se necesitaban», asevera Cleofé José Puig Paneca, el cual puso a disposición de los invasores el carro de alquiler que manejaba, y llevó a los heridos, atendidos por Guevara, al cuartel de los casquitos en Fomento.

Cleofé José Puig Paneca puso su auto al servicio de los invasores y llevó, a riesgo de ser capturado, a los heridos enemigos al cuartel de Fomento.

«Cuando trasladamos los heridos hacia la farmacia que fungió como posta médica, el Che montó en el asiento de alante, al lado mío y me dijo: “Los guardias fueron muy valientes, mientras otros escapaban a pelo de caballo, ellos se mantuvieron en su puesto, son más que enemigos, hombres de honor”», recuerda.

«El Che tenía una mirada penetrante, a mí se me ocurrió preguntarle: Comandante, ¿cuántas bajas tuvimos nosotros?, él me clavó la vista y me dijo: “Nosotros, y ¿quiénes somos nosotros?” y le respondí: Ustedes los rebeldes y nosotros los revolucionarios; entonces, me puso la mano en el hombro y me contó. Supe yo, en ese momento, que la guerra estaba ganada, pues todos luchábamos como uno», narra Cleofé Puig, quien, aquel día, lúcido como pocos, comprendió la esencia de la victoria.

A 60 años de aquellos históricos y decisivos sucesos por desgracia faltan algunos de sus protagonistas; otros se encuentran confinados a sillas de ruedas, peinan abundantes canas, o sus ojos ya no les permiten dar en el centro de una diana. Pero, este 27 de octubre el pueblo de Güinía, en representación de todos, llegará hasta el obelisco, ese monolito cómplice que motiva el recuerdo, al que se mira desde abajo con respeto y admiración, ese que banderas al viento dice a los visitantes: Güinía es y será un pueblo libre.rias para el bien de esta Isla», asegura José Pascual González Llorens.



Tomado de Vanguardia

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