Ni las bajas temperaturas, ni la ausencia de alumbrado público a horas de la madrugada detuvieron al patrón del Siguanea, Eliecer Curbelo y su intrépido ayudante, Omar Quintana. En el extenso lago Hanabanilla. La embarcación y colegio electoral zarpó cerca de las 6:30 a.m.
Desde el primer sonido de la sirena, la también denominada patana, comenzó el atraco en sus primeras comunidades. Con alguna similitud a las expediciones piratas del Caribe, el Siguanea extendió su ancla por cada comunidad a orillas del embalse.
Atracó, en primer lugar, sobre la localidad de La Lima. Allí, acudieron los primeros electores. Entre ellos, la familia del lugareño Antonio Piñeiro. Allí, Danny Piñeiro, residente actual de Matanzas, no visitaba su lugar de origen hacía más de 17 años. Su voto lo acogió la urna flotante de Hanabanilla.
Ante los vocales Estervina Medina Medina y Jorge Ernesto Rangel López comunicaron sus datos personales, los campesinos Julio Antonio Chaviano y Casemira Fonseca. Estos auténticos personajes de la montaña, salieron al sonido de la sirena. Se encontraban en los cultivos de maíz en busca del abastecimiento familiar.
En la finca Vista Hermosa el disfrute de la tripulación se hizo notorio. Los versos del poeta Alexis Macías constataron la vigencia de la tradición repentista en el campesinado. El Guajiro, como suelen identificarlo, declamó en honor al fallecido integrante del Siguanea, Ramón Ramírez.
Próximo a Río Negro, lugar conocido por su exótica cascada, asomó el rostro de Marialis Hernández Medina entre la vegetación. La sonrisa de esta pequeña de 5 años devela la respuesta a voces de todos los lugareños visitados: me encanta vivir aquí.
Por su parte, el profesor de Física nativo de Cumanayagua, Jesús Santana y el contador Antonio Martínez ejercieron su derecho al voto en Naranjito. Estos electores arriban a los 20 años de convivencia con el lago intramontano.
Habitar en esta parte de la montaña constituye una dificultad para algunos y un grato privilegio para otros. Pero sin duda, La Hanabanilla denominada en la traducción aborigen como una cesta de oro escapa a toda versión contada. Hay que vivirla en cada gota de agua.
Por: Jesús Miguel Corcho
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