La gente de El Negrito perdieron una de las pocas ventajas de habitar en las faldas de una presa: tener agua todos los días. Desde que se ejecutó aquella bendita inversión en la Presa Manicaragua, el ciclo oficial del agua admite cuatro días secos y dos de bombeo, pero la práctica demuestra una y otra vez que ni eso. Este viernes los vecinos llevaban siete días apañándoselas.
Acá nunca requirieron tanques elevados o turbinas. ¿Quién necesita depósitos cuando se vive a un paso de millones de metros cúbicos de agua? Pero un mal día, algunos buenos samaritanos, cuando la presa se acercaba a su cumpleaños 50, entendieron del peligro que corrían los pobladores al beber agua sin tratamiento y pensaron, en un año nefasto para la economía cubana, que una inversión cambiaría el curso de las cosas.
Que bombear con regularidad de la presa –más o menos dos kilómetros– hasta el acueducto de Manicaragua y traerla de regreso, parecía totalmente factible para todos.
Donde el pueblucho se bifurca se nota un pozo viejo. El dueño apoya y se deja apoyar. Pregúntenle a aquella señora, dice, a la de la esquina, a esa. Se negó a la primera a conversar ante la cámara para luego caminar descalzo a enseñarnos los estragos del pozo de bloques y el tanquecito oxidado que consiguió para hacerle frente a esta sequía. También dice que cuando la pandemia estuvo en su auge, el servicio demoró hasta 14 días.
— Después que pusieron el tubo ese, se acabó el agua aquí. Prometieron que iban a poner un… un tareco de esos de cloro, y no han puesto nada
El Negrito son cinco o seis caminos serpenteantes donde coinciden todos con todos. Predominan las tejas francesas y las canas grisáceas. Los árboles se maquillan del polvo del camino. Hay un consultorio al que va un médico una vez a la semana y una bodega que un día fue el hogar de alguien. Unas viviendas se reforzaron con cantos y a otras solo les quedó la madera.
Cuentan los vecinos que El Negrito se marchitó otro poco cuando cerraron las naves de selección de tabaco. Ahora llega poca agua, hay poco empleo y la gente le confía menos su porvenir a unos extraños que pasan, prometen (a veces resuelven) y siguen de largo.
Después de todo, esta es gente noble, dice un funcionario local.
Usualmente, de estos parajes se sale y se entra a pie. Salvo aquellos que tengan caballo o motocicleta. Más de un andariego nos topamos al mediodía. El puente del acceso principal se lo llevó hace años una tempestad. Por ese tablón pasa a diario Berto con su hija y su nieto de un añito, después de aquel ciclón del que no recuerda el nombre. También cruzan los niñosde otras familias, los médicos, las enfermeras, dice. Así llueva o truene. Claro, siempre que no haya crecida.Del puente, solo quedo el calco.—Si alguien se enferma puede morirse aquí–dice una señora menudita, ágil, de cabello blanco que vive con su nieta en el otro barrio, más abajo de la presa–. Esto está en pésimas condiciones porque aquí ni tanque tenemos. Siempre tuvimos agua y esto nos cogió de sorpresa. El agua, cuando entra, viene, se va, viene, se va.
A veces el presupuesto existe, pero el recurso no aparece(o viceversa) y los contratos transitan a letra muerta. Encauzar el efectivo hasta las zonas vulnerables parece una asignatura complicada para funcionarios de nivel medio.
En La Jorobada, comunidad de Mataguá, acarrean el agua para fregar, lavar, descargar el baño. Dos bueyes negros tiran de una carreta con un tanque plástico. Un señor mayor descansa en el trillo. Trae un cubo plástico y una cantina de metal.
— Veintipico de días cargando agua, mijo, no es fácil
Aunque La Jorobada esté entre dos ríos, en el acueducto siempre hubo una historia distinta que contarles. Diciembre completo estuvieron sin agua, asegura más de una familia. Odalys tiene un pozo en el patio. Hoy está lavando, pero no debe abusar de su reserva.
A La Jorobada se llega a través de un terraplén que costó millones arreglarlo. No hay atención médica hace meses. Quedan 61 pisos de tierra y 250 casas (de 369) calificadas de mal o regular. La escuelita se trasladó hace meses a un taller y una casa particular. Millones también se destinan al fondo habitacional del municipio y a este Macondo nada le ha tocado para este año.
Que llegara agua a diario, para la casa, para los diques, las bestias,quizá será algo de lo que agarrarse. Nadie escarmienta con miseria ajena. Las responsabilidades sobre el destino de terceros se estancan en tierra firme.
— Aquí no sube un pedacito de pollo ni un pomo aceite hace meses, eso es lo que le hace falta a los infelices –comentó una vecina indignada al Gobernador de la provincia, que se empeñó en tomar cartas en el asunto.
El embalse Manicaragua represa en el Arimao. Se terminó en 1972 gracias a la colaboración búlgara. Puede ser la hermana menor de la Hanabanilla, pero tuvo siempre para las 74 familias del poblado y para todo lo demás: abasto, riego. Cuando en 2020 se realizaron las obras en la conductora (El Negrito – Manicaragua) algunos barrios municipales tenían servicio de agua cada 10 o 12 días. Poseen el embalse más grande de la provincia, pero el agua se reparte y se estiran los ciclos.
Fíjate en los huecos en la acera ahora cuando cojamos la calle central, apunta un colega ya cuando estamos en el municipio. Rastros de excavaciones clandestinas en busca del vital líquido.
Enderezar el flujo de recursos y efectivo de los programas sociales no requiere de grandes movimientos de tierra. Manicaragua valida aquello de que las inversiones sin tino, a la corta, se transforman en gastos. Y que no valen las buenas intenciones cuando suelen importunar, en las narices de una presa, la torcida ruta del agua.
Tomado de Vanguardia
No hay comentarios.:
Publicar un comentario