
Por su propio ser, lleno de aliento y controversia, las mujeres son consecuencia de esos nacimientos bendecidos. No escapan de juicios, siempre habrá quienes digan y sobre digan por su valía e inspiración al respeto y admiración, mucho más si constituyen pilares o puntales en determinados escenarios por gracia y fuerza propias.
Por rol tradicional, no asignado sino conquistado, en Manicaragua, tierra de tabaco y café, resulta imprescindible la presencia de la mujer. Envueltas en las aromas del monte y agraviadas desde la cabeza a los pies, inundan los cafetales convirtiéndolos en sus imperios y reinados en tiempos de recolección del grano sobretodo. Con ágiles movimientos, los dedos discriminan el verde y rojo en movimientos asertivos, seleccionan las cerezas y repletan las cestas o jabucos para los acumulados de la jornada diaria.
Mientras, en rivalidades, el tabaco gana apuestas por ellas y también para las labores agrícolas y preindustria, el cultivo cuenta con las manos dispuestas desde las vegas.
Siembran, repasan durante el desarrollo vegetativo de las plantas hasta que llega la etapa del verdadero regodeo artesanal y goce placentero desde la recogida de las hojas y ensarte hasta el despalillo, despale y torcido.
Y así, como parte de la identidad cultural, muchas mujeres manicaragüenses trascienden al colorear la poética fragancia tabacalera y cafetalera del municipio montañoso villaclareño.
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