Cuando el capitalismo muestra su rostro más macabro

La agresión israelí no tiene parangón en la historia contemporánea de posguerra.


La agresión a la Franja de Gaza expone el lado más oscuro y aborrecible del sistema capitalista. Foto: EFE


La más abrumadora conclusión a la que se puede arribar al analizar someramente los acontecimientos en Palestina, conduce a un aspecto no tratado por los grandes medios que intentan dominar el relato sobre lo que ocurre allí: la agresión a la Franja de Gaza expone el lado más oscuro y aborrecible del sistema capitalista.

Viene al caso lo que en su momento planteó el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, en la sede de las Naciones Unidas hace 63 años, cuando recordó que la filosofía del despojo está en la base de las guerras.

La agresión al lado oeste de lo que queda de Palestina, la Franja de Gaza, tiene un sentido básicamente de rapiña, de desplazar seres humanos que «estorban» para determinados fines geopolíticos y económicos.

¿Por qué tanta insistencia en que los habitantes palestinos abandonen en particular, bombardeos mediante, el norte de la Franja de Gaza? No pueden alegar que solo allí está Hamas.

En 1999, frente a las costas de esa parte de la Franja, se descubrió Gaza Marine, un yacimiento de gas natural valorado en 6 000 millones de dólares; es decir, unos 1,4 billones de metros cúbicos de gas. Se sabe que en el área existe otro yacimiento de petróleo evaluado en más de 1 500 millones de dólares. Los esfuerzos de Israel por arrebatarle esta riqueza a Palestina han sido infructuosos. Fronterizos, Siria e Iraq, donde los estadounidenses han instalado bases militares ilegales, para actuar llegado el caso.

Parece evidente que el momento, de extraordinaria inestabilidad del comercio energético, impone la urgencia de acabar de controlar Gaza Marine; esa premura marca la intensidad y dirección de las acciones agresivas de Israel.

Este elemento muestra la naturaleza del capitalismo. La masacre contra el pueblo palestino es inherente al sistema; tanto en los valores que dice representar, y que cotidianamente ignora, como en las verdaderas motivaciones que lo mueven.

No se trata de simples diferencias de ideas sobre qué modelo de sociedad es mejor. Recuerda mucho a Rosa Luxemburgo: es civilización vs. barbarie, esta última con talante sionista y apoyo imperialista.

Por otro lado, el genocidio que el Gobierno israelí está implementando, no tiene parangón en la historia contemporánea de posguerra. La magnitud de la crueldad sionista se parece a lo peor de la Segunda Guerra Mundial, incluido su final termonuclear. Lo que sufre Palestina ya emula con Hiroshima y Nagasaki, y con el holocausto antihebreo aplicado por el monstruo nazifascista.

Absurdas, ridículas justificaciones de índole religioso pueden provocar un efecto contrario al buscado, a un descrédito de esa religión. Ya comienza a verse la reacción de históricos adversarios religiosos, toman fuerzas expresiones violentas que van contra todo lo que represente el judaísmo, ahora secuestrado por versiones extremistas y por la ideología política del sionismo, que en uso de sus poderes fácticos, y convencido de su impunidad, gracias al apoyo político diplomático de las autoridades estadounidenses, emprendió una operación de limpieza étnica.

La desmedida respuesta bélica contra la Franja de Gaza convirtió en escombros políticos un sinnúmero de normas de convivencia, asumidas colectivamente por el sistema de Naciones Unidas, incluso dentro de lo absurdo de cualquier acto guerrerista.

En paralelo, también merece una mirada suspicaz la reacción de personas que profesan el judaísmo, gente común, que de forma creciente rechazan esta masacre, se expresan y manifiestan contra lo que hacen a nombre de sus sagradas creencias. ¿Será este caso una expresión de la lucha de clases?

Sería muy interesante explorar la posición social de la mayoría de esos judíos. Seguro mostraría a sectores populares, ajenos a aquella parte de la oligarquía estadounidense, y altos funcionarios del Gobierno de ese país, que son judíos y, desde luego, apoyan siniestramente el crimen sionista.

Pretender una actualización de las estadísticas del ataque sobre la población civil gazatí, corre el riego de ser superado en pocos minutos. Con un promedio de 400 niños asesinados diariamente, que no son solo números, tienen nombres y apellidos, nos remite a que estamos ante un crimen de lesa humanidad.

Con este dato, el sionismo impone otro récord perverso: es la primera vez en la historia de las guerras contemporáneas en que los infantes son la mayoría de las bajas mortales.

La incapacidad del sistema judicial internacional para juzgar a los líderes y altos oficiales militares israelitas, también muestra la fragilidad de estas estructuras, sin duda superadas por las circunstancias. En todo caso, este sistema ya es otra víctima de la pesadilla.

La Franja de Gaza es ahora doblemente victimizada. Desde al menos 2007, sus habitantes han sido sometidos por Israel a un fuerte bloqueo, tras el pecado de haber electo al grupo Hamas como sus gobernantes. Es un lugar del cual no se puede salir ni entrar, donde sobrevivían 2,26 millones de personas en 365 km2, 6 100 habitantes por km2, el tercer territorio más densamente poblado del mundo; con el 40 % menor de 15 años.

Estas cifras, lógicamente, eran conocidas por los sionistas, cuando decidieron aplicar la actual operación de tierra arrasada. Ya lo dijo en su momento el escritor uruguayo Eduardo Galeano, cuando afirmó que el ejército israelí «sabe a quién mata. No mata por error».

También ha sido rebasado el sistema de las Naciones Unidas, creado para mitigar o neutralizar este tipo de catástrofe humanitaria, develando con crudeza la urgencia de que debe ser modificado. Habría que empezar por el Consejo de Seguridad, por cuyo obsoleto mecanismo de veto, no han prosperado al menos cuatro proyectos de resolución; la única aprobada está lejos de suplir mínimamente las necesidades.

En paralelo, resulta absurdo que no sea vinculante –como se dice a la no obligatoriedad de su aplicación práctica– el abrumador apoyo de la Asamblea General a las propuestas de alto el fuego, o la que insiste en la legitimidad del Estado palestino.

Una secuela de esta guerra, probablemente inesperada por el imperialismo y los sionistas, es la reacción de millones de personas indignadas prácticamente en todo el mundo, algo que también influye en sus gobernantes, interpelando a timoratos, derribando una narrativa basada en la guerra contra el terrorismo que nadie cree.

Parodiando las famosas primaveras árabes, relato que vendieron para justificar otras guerras de rapiña, toma fuerza el concepto de primavera mundial, a tono con esas multitudes de personas enardecidas que en numerosas ciudades del mundo se alzan contra este crimen. La gente común no resiste más, teme que su propio país pueda ser la próxima víctima; tal vez sin saber bien que los máximos responsables gestionan el complejo militar-industrial estadounidense, y forman parte del 1 % que compone la plutocracia de ese país.

Otro daño colateral para el imperio es que, acostumbrado desde su prepotencia a juzgar al resto del mundo, han quedado en el banquillo de los acusados, el que funciona en la conciencia de las personas honestas, más allá de las instituciones. Mucho tendrá que hacer el Gobierno de EE. UU., para levantar de tales ruinas una política exterior ya maltrecha por un cúmulo impresionante de errores y la galopante pérdida de hegemonía.

Si algo está alarmantemente ausente en el mundo de hoy es la paciencia y la prudencia. Ese mundo cambió dramáticamente tras la pandemia de la COVID-19. A ello se suman, en Palestina, 75 años de ocupación y oprobio.

Como cualquier otra conflagración bélica, puede saberse cómo empieza, pero no cómo terminará. La posibilidad de que la agresión israelí se convierta en un conflicto regional de gran envergadura es una consideración lógica.

Desde Cuba, como no podía ser de otra forma, el pueblo, alérgico por antonomasia a cualquier injusticia, repudia desde el inicio este genocidio, calificado así por el Presidente Miguel Díaz-Canel, quien en una vehemente intervención afirmó: «Aquellos que hoy se oponen al cese de la violencia en Gaza como cuestión de la mayor prioridad, tendrán que asumir la responsabilidad por las graves consecuencias que esto implica». Se preguntó más adelante: «¿Permitirá la comunidad internacional que continúe esta situación insostenible?». Y concluyó: «La historia no perdonará a los indiferentes. Y no estaremos entre ellos».


Tomado de Granma

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